En las últimas décadas, la sociedad argentina ha sufrido grandes transformaciones. De un acentuado aislamiento internacional en materia económica y cultural, en cuanto a políticas gubernamentales, su sociedad civil dio un gran salto -la renovación tecnológica y de las comunicaciones fue fundamental- al mundo.
Sin embargo, esta enorme apertura también trajo aparejado la profundización de las diferencias sociales, y miles de habitantes comenzaron a necesitar recibir ayuda de sus conciudadanos de otra manera.
Muchas veces nos hemos referido, desde estas columnas, al fenómeno de la solidaridad de los argentinos, en tantas ocasiones tildados de individualistas, de que sólo son capaces de pensar en sí mismos.
Empero, esa es únicamente una parte, bastante parcial, de la realidad. Cada día más, los habitantes de nuestro país van comprometiéndose con tareas y organizaciones que implican dar de su tiempo y de su capacidad para resolver problemas o, simplemente, para estar junto a los que necesitan una mano. Vale la pena citar una vez más aquí al economista Bernardo Kliksberg, un experto en el tema, que siempre nos ha llamado la atención sobre el gran porcentaje de argentinos que, en los peores momentos de la crisis económica y social que azotó al país a principios de este siglo, se constituyó en grupos u organizaciones no gubernamentales o en asociaciones civiles para llevar adelante un enorme y fructífero trabajo como voluntarios.
A ellos hay que agradecerles su presencia junto a los miembros más excluidos de la comunidad, ante la ausencia del Estado y su enorme falta de políticas públicas en este sentido.
Es que hay muchos voluntarios entre los argentinos -esas personas "sensibles a la realidad de la pobreza y el sufrimiento", como alguna vez las definió la Iglesia Católica argentina- que han dirigido su esfuerzo hacia distintos ámbitos de la sociedad. En el sector de la educación, en el de la salud, en el de la construcción, en el de la protección del medio ambiente o en el del desarrollo social. También están las empresas que cuando realizan acciones de responsabilidad social en conjunto con sus empleados, no sólo se insertan más profundamente dentro de la comunidad, sino que llevan adelante soluciones cada vez más creativas e integradoras.
Una voluntaria sirve comida a una nena en el Patronato de la Infancia
Una voluntaria sirve comida a una nena en el Patronato de la Infancia. Hay un horizonte esperanzador en el país en el que vivimos, porque el espíritu solidario se va consolidando muchas veces en silencio y sin una gran visibilidad. Es ese espíritu que crece en cada uno de nosotros, todos los días un poco más, en casa, en el trabajo, en la escuela, en la calle, incluso en el momento de votar y tratar de participar en los temas que hacen a una sociedad más democrática. Esta presencia le hace bien a un país como el nuestro, que aún está en vías de reconstrucción económica, social y espiritual.
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